La profecía es siempre menos importante que la atención y la agilidad.
En estos tiempos de crisis, como suele ocurrir siempre, parece inevitable que surja un reproche muy típico de las circunstancias, especialmente dirigido a los profesionales economistas, de parte, en primer lugar, de los responsables políticos, como también de ciertos periodistas que se mueven en el mundo de la información sobre la actividad económica. La consecuencia es que el gran público está convencido de que la principal condición de la profesión de economista es la de adivinar el futuro. Cosa que a la mayoría de los economistas, como a mí mismo, nos irrita especialmente.
Sin meterme en muchas honduras, baste con decir que, lo que no existe no se puede adivinar. El futuro no existe. Esa cualidad adivinatoria, los economistas responsables se la dejan a los quirománticos, los augures, los charlatanes, los echadores de cartas, a los especialistas en consultar bolas de cristal. Las consecuencias para los que compran tales profecías, es la de masticar cristales, cartas, pozos de café y entrañas de pollo.
Los proverbios suelen ser fruto de la experiencia o de la mente de grandes pensadores. Sirven para apoyar y mejor expresar una idea. Veamos sólo algunas citas relacionadas con el caso que nos ocupa:
• Jamás se desvía uno tanto, como cuando cree conocer el camino. Proverbio chino
• La mejor manera de adivinar el futuro es inventarlo. Alan Kay
• Todos los grandes acontecimientos han sido inesperados. Las cosas más probables no suelen ocurrir. Edgar Morin
No voy a negar que existan ciertas negocios de consultaría sobre economía que se ganan la vida vendiendo informes-profecías sobre el futuro. Además, con bastante frecuencia, los que manejan el lenguaje relacionado con los temas de economía –hablado o escrito- en los diferentes medios de información, suelen ser poco o nada cuidadosos con el uso de las reglas gramaticales. Por supuesto no me refiero a las faltas de ortografía, sobre las que el más sabio echa un borrón. Me refiero a las cuestiones sintáctico-morfológicas y léxico-semánticas.
Los profesionales de la medicina, dada la naturaleza del objeto de su atención, la vida humana, se mueven en un proceso de tres fases que manejan con rigor y responsabilidad: diagnóstico, pronóstico y tratamiento. En el caso de los economistas el objeto de su atención es la actividad económica.
¿Quiere esto decir que los economistas se desentienden del futuro? Muy al contrario. Pero al hacerlo hay que quitarle fantasía y fatalismo. Baltasar Gracián dice en uno de sus aforismos que las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir: “El prudente debe saber entenderlas. A fin de cuentas, no hay más remedio que elegir. Vivir es saber elegir. A pesar de todo, no son suficientes ni el estudio, ni la inteligencia; habría que añadir el buen gusto y el buen juicio. Porque lo peor es perderse cuando hay que elegir”.
Evidentemente tenemos que hacer previsiones, programas y planes, pero no podrá ser de otra manera que a base de conjeturar, es decir, formándonos una opinión o juicio sobre el futuro, basándonos en indicios o datos incompletos. Normalmente, nuestra actitud ante el futuro es la de expectantes, o sea la de vigilancia – vigilia competitiva y señales de alerta -mientras esperamos algo. Si nuestra actitud es proactiva significará que no estaremos pasivamente esperando lo que está por venir -definición clásica de futuro-, sino que tanto nuestras reacciones (respuestas) como acciones (iniciativas) serán tendentes a conseguir que nos suceda lo que deseamos. Es decir, con nuestra voluntad libre nos ponemos en camino del suceso deseado. Por tanto, mejor que definir el futuro como “lo que está por venir” -actitud fatalista-, sería decir: lo que está por hacer para influir o construir.
Ciertamente el resto de la vida de los países y de las empresas se desarrolla en el futuro. Por tanto, lo más importante es saber cómo será ese futuro. Esto explica el afán de pretender adivinar sobre el mismo. El género humano ha intentado siempre consultar las estrellas o leer en las entrañas de los animales al objeto de conocer su destino. Continuamente establecemos hipótesis sobre cualquier cosa, y dado que el número de éstas puede ser infinito, sería un milagro elegir la acertada. El hecho es que las distintas teorías de la adivinación ensayadas en el campo de la psicología, están basadas en información bien ambigua o incompleta.
Lo que sí está contrastado es que hay individuos que con menos información que la mayoría suelen escoger el camino acertado –la mente del estratega. Sería deseable que los responsables de los servicios de inteligencia o los estrategas de empresa fueran ese tipo de personas dotadas de capacidad intuitiva, con ojo clínico, vista para los negocios, sexto sentido, de modo que perciban las cosas antes que los demás.
Algún lector apercibido se preguntará, ¿a qué viene esta perorata con aires de lección magistral? Pues a cuento del debate que se ha montado en estos días cuando se ha sabido que en mayo del 2006, los inspectores del BDE (Banco de España) ya emitieron un informe advirtiendo sobre el huracán que se le avecinaba a la economía española. ¿Que por qué esta noticia ha levantado tanta polvareda? Porque ha puesto en un aprieto al presidente Zapatero, quien continuamente ha estado negando la presencia de la crisis –no hay peor ciego que el que no quiere ver- escudándose en el tosco burladero de que NADIE fue capaz de predecir la llegada de la crisis. Falso de toda falsedad.
Hacía años que yo mismo, como otros muchos profesionales de la economía, tuvimos noticias de lo que se nos venía encima. La lista de artículos o informes precursores de los malos tiempos que se acercaban se remontan a principios de nuevo siglo. Yo mismo, modesto economista jubilado, en el año 2007 publique posts, como bloguero que soy hace tiempo, anunciado la llegada de negros nubarrones.
¿Cómo lo supe? Desde mi ordenador, con cartas de navegación adecuadas que da el oficio de años, lograba información y datos que me permitían hacer conjeturas y establecer pronósticos. Tales informes, naturalmente, creaban mucho malestar entre los responsables políticos, con frecuencia pirómanos -supongo que inconscientemente- tildaban a tales impertinentes agoreros, de “antipatriotas”. Luego, cuando ha sido imposible negar lo evidente, los pirómanos se han pasado al cuerpo de bomberos.
Finalmente, muchos economistas de aquí, y de otras partes del mundo, advirtieron que si el enfermo –la actividad económica de este o aquel país- seguían por los derroteros por los que los políticos responsables de la economía financiera llevaban las cosas, el enfermo entraría en crisis grave. ¿Es que tales agoreros sabían tal cosa porque disponían de alguna perniciosa bola de cristal? No, desde luego. Lo sabían porque como profesionales de la economía, libres de ataduras ideológicas, cumplían con su obligación de tener monitorizadas las constantes vitales de la vida económica de los países, las instituciones internacionales, las corporaciones y las empresas.
Unas breves palabras sobre los diferentes tipos de economistas. Naturalmente los hay para todos los gustos. Los hay libres de ataduras, los hay comprometidos con el poder. Los hay con formación académica de facultades universitarias, y los hay que se intitulan economistas por el hecho de que manejan multitud de datos estadísticos que se publican en boletines y artículos de prensa. No estoy en contra de semejante labor divulgativa. Pero otra cosa es apelar con soltura irresponsable a tal o cual teoría económica sentenciosa. También han existido, existen y existirán reconocidos especialistas, procedentes de diferentes campos de las disciplinas universitarias, que tienen bien acreditada su capacidad de conocimiiento teórico y práctico de la ciencia económica, tras años de experiencia y dedicación.
Nota.-Parte de los conceptos aquí aludidos figuran tratados ampliamente en mi Diccionario Enciclopédico de Estrategia Empresarial (Díaz de Santos, Madrid 2003).
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