Lo acontecido en las elecciones catalanas del pasado domingo 28 de noviembre de 2010, con su resultado, no creo que verdaderamente haya sorprendido a muchas personas medianamente formadas e informadas. Quizá los únicos sorprendidos sean los propios nacionalistas catalanes; la aproximación a su objetivo independentista está resultando más fácil y rápida que lo que imaginaban. Quiero decir que, lo que ha pasado en la C. A. de Cataluña ahora y antes, lo que ha pasado en la C. A. del País Vasco, en la de Galicia, Valencia, Andalucía, Canarias y otras tantas atentas a no ser menos, es el efecto natural, lógico de lo que no dice de una manera clara, pero apunta sin disparar, la Constitución Española de 1978.
Todo empezó con la muy mentada Transición y su insólito fruto: la Constitución de 1978. Una especie de edificio de plastilina, multiforme, indeterminado, adaptable al gusto del poder de turno, que le permitía estar y permanecer en la poltrona del poder a base de ser generoso con los verdaderos beneficiarios de esa peregrina norma de convivencia, los nacionalistas separatistas de siempre: catalanes y vascos. Y lo curioso del caso es, que fue precisamente Suárez, el padrino de la extraña criatura, el primero en cortar la primera tajada destinada a calmar a los impacientes e insaciables nacionalistas.
De modo que los cortes de tajadas empezaron con el primer presidente, el ya mencionado Suárez, lo que, como es sabido, provocó una cadena de acontecimientos derivados –hablo en términos de causa efecto-, como fueron su renuncia a la presidencia antes de tiempo, y un peligrosísimo y enmarañado 23F, del que como otras tantas cosas de nuestra reciente historia, nos queda bastante por saber. No creo que en nuestro caso aparezca una “wikileaks” oportuna que nos cuente algunas esclarecedoras anécdotas.
Luego vinieron Calvo-Sotelo, el breve. Teóricamente también de derechas, como Suárez, pero tan breve que no tuvo tiempo de nada, y pienso que ni interés en cortar tajadas del fruto prohibido. A continuación del 23F, le siguió González, claramente de izquierdas, el perdurable, con quien pasó de todo en lo relacionado con la corrupción, patadas en la puerta, terrorismo de Estado, pero, curiosamente, nada significativo en lo tocante a atacarle al fruto prohibido, objeto de atención de esta reflexión.
El largo tiempo de gobierno socialista junto con lo de las cloacas del Estado, dejaron acabado a González, lo que permitió que volviera, por los pelos, la derecha con Aznar. Y aquí estuvo la oportunidad nacionalista, siempre vigilante a sacar tajadas. Tentación a la que, paradójicamente, la derecha no quiso, o no supo evitar. Unas tajaditas aquí y allá. Sean catalanes o vascos.
A pesar de lo cual, la izquierda se lo montó muy bien con lo de “no a la guerra” y las cejudas ^^ plataformas culturales. Y otra vez, como cuando el 23F, una catástrofe colosal, repleta de víctimas inocentes, todavía llena de “puntos negros”, el 11M, contra pronóstico, nos trajo al talantoso Zapatero. Pero sobretodo pródigo con quien sea y como sea, y no sólo a costa del fruto prohibido, con tal de permanecer bajo el embrujo maligno de La Moncloa. Esta parte de la historia está en pleno desarrollo, en plena hecatombe de la economía. Todo está en el aire, diríamos, sin exagerar demasiado, al borde del precipicio. De un día para otro puede pasar cualquier cosa. Cada día que pasa es una sorpresa desagradable. Hay para rato, diríamos, de generaciones.
Después de este repaso informal de la historia del poder pos Transición, pero especialmente de la Constitución de 1978, me vuelvo al propósito que me ha empujado a redactar este post. Analizar de un modo, no digo académico, pero si descriptivo comparativo, a la luz del derecho constitucional, el llamado Estado de las Autonomías, invento con mucha enjundia de los “padres de la patria” que diseñaron nuestra actual Constitución.
El 23 de abril de 2007, después de darle vueltas en mi cabeza al laberinto del Estado de las Autonomías, me decidí a escribir un largo post que titulé pomposamente, “Modelos de forma de estado: el embrollo del Estado de las Autonomías español”. Debo decir que independiente de mi formación académica en Políticas y Económicas, cuando me encuentro con un asunto que además de no ver claro, estoy empeñado en comprender, termino escribiendo sobre el mismo. De este modo aprendo y encuentro el sosiego.
Van para cuatro años que escribí el citado post. Entre tanto han pasado muchas cosas y, de vez en cuando, vuelvo a leerlo para enjuiciarlo a la luz del nuevo contexto. Es lo que he vuelto a hacer hace unos días, y otra vez me reafirmo en lo que entonces escribí. Por este motivo, me parece oportuno compartirlo con otras personas, añadiéndole, ahora, este largo preámbulo de motivaciones.
Modelos de formas de estado: el embrollo del Estado de las Autonomías de España. (Lunes 23 de abril de 2007)
Es tal el enredo que estamos padeciendo sobre la cuestión de la reformas de los Estatutos de las CC AA de España, que ya no sabemos cuál es el significado de ciertas palabras necesarias para poder entender qué modelo de Estado tenemos y adónde nos quieren llevar los que detentan el poder en la actualidad. Basta con leer las columnas de opinión de los periódicos, oír las omnipresentes tertulias radiofónicas, o a los políticos de turno.
Si se recuerda la historia del nacimiento de los Estados Unidos, se sabe que cuando en 1776 las colonias se declararon independientes, los trece territorios originales se constituyeron en Confederación. A partir de ese momento, todavía tuvieron que pasar más de siete años hasta que ganaran la guerra a la Metrópolis. Pero cuatro años después de tal triunfo, o sea, enseguida, con visión de futuro, llegaron a la conclusión de que el sistema confederal no les convenía. Este hecho marca el sentido de la evolución histórica de las formas de organización territorial de los Estados de Derecho. Por eso, en 1787, los territorios nacidos confederados, decidieron reunirse en Filadelfia para acordar, todos juntos, sin admitir privilegios a ningún territorio, una Constitución Federal, acuerdo que alcanzaron al año siguiente.
O sea, tan sólo doce años después de la espléndida Declaración de Independencia de las colonias, unos novatos, sin historia sobre sus espaldas, crearon la primera democracia moderna dotada del primer texto codificado del mundo, el primer Estado de Derecho de la historia. Y aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido, a pesar del enorme peso de la historia de la que presumimos los europeos -o quizá por eso- el texto presentado en la Convención de Bruselas para la Unión Europea, aprobado por algunos estados y rechazado por dos de gran significación, no supera al modelo que gobierna y rige a la Unión Americana.
En el caso europeo se ha echado de menos el sentido de estado, la generosidad, la altura de miras de unos auténticos constructores de fórmulas de convivencia en libertad y derecho, con el ingenio suficiente para saber utilizar resortes de equilibrio entre fuerzas centrífugas y centrípetas, como el que demostraron Madison o Adams, entre otros. Ahí sigue vigente la Constitución Federal de 1788, que después de 219 años sólo ha necesitado 27 "enmiendas", que no reformas, para seguir siendo útil para una de las sociedades más dinámica que se conoce, a la que sirve eficaz y eficientemente. Mientras que nuestra experiencia, a partir del Estatuto de Bayona de 1808 -por ponerlo más extenso en el tiempo-, o sea en casi 200 años, se computan más de treinta Constituciones generales. La mayoría de las cuales no llegaron a entrar en funcionamiento. Pero aún seguimos dándole vueltas, y últimamente de forma acelerada.
Pronto se cumplirán 30 años de la implantación del actual Estado de las Autonomías. Aunque nadie quiere comprometerse a hablar de reformar la actual Constitución, el hecho es que, por la puerta de atrás se cuelan las reformas que se han aprobado hasta el momento, especialmente la del Estatuto Catalán, que suponen una reforma de facto, sin refrendo del soberano pueblo español.
El hecho es que, en las tertulias, en las columnas de opinión, en las declaraciones de algunos partidos abiertamente comprometidos en la reforma constitucional, con el hecho consumado de los nuevos estatutos aprobados, son signos que indican que se quiere implantar un modelo de estado de corte federal. Pero no se aborda abiertamente llevándolo a las Cortes, donde correspondería enfrentarse con la realidad inevitable, respetando así la soberanía del pueblo español.
No hace falta ser un especialista en derecho constitucional para darse cuenta que, realmente, nuestras CC AA, constituyen una forma imperfecta de seudo Estado Federal, intencionadamente asimétrico y no rematado en su enunciación. Asimétrico por cuanto admite los privilegios forales propios de la Edad Media, que naturalmente provocan agravios comparativos de los ambiciosos nacionalistas tradicionales y de los nuevos, que se apuntan para no ser menos, en vista de la situación de desbordamiento en la que estamos abocados.
Como es sabido, los responsables del diseño de la Constitución de 1978, intencionadamente, no quisieron rematar el diseño poniéndole puertas al campo, con objeto de satisfacer las intereses nacionalistas de dejar abierta la posibilidad de llevar a cabo interminables "reformas" que, necesariamente, se agotarán tan sólo cuando los nacionalistas separatistas hayan alcanzado su objetivo. El caso es que, en los interminables debates celebrados, en su día, para alcanzar el tan cacareado consenso que trajera la nueva Constitución de la Transición, triunfó la resistencia y tenacidad de los nacionalistas y perdieron los impacientes que creian que, de ese modo, acallarían para siempre la voracidad nacionalista separatista. No ha sido así y, posteriormente, algunos de los padres de la patria lo ha reconocido en su escritos de mea culpa.
En su momento, hubo celebraciones y grandes palabras de reconocimiento por haber alcanzado el consenso que permitió la Transición. Estas alegrías por la paz y progreso que proporcionó la Transición, que parecía que serían para toda la vida, se agotaron con la celebración de los 25 años de su nacimiento. Por una parte las nacionalistas de siempre y los de nuevo cuño, junto con el nuevo Gobierno socialista del 14-M del 2004, bien por que aspira a rescatar las olvidadas y viejas ideologías de la I y II República, cosa que los anteriores Gobiernos socialistas no manifestaron formalmente, o bien por necesidad de agarrarse al poder que le ofrecen los nacionalistas para aferrarse al sillón, el caso es que, ahora, se habla de la necesidad de llevar a cabo una II Transición, porque la anterior, según dicen los promotores del cambio de régimen, fue una trágala, una continuación del franquismo.
Seamos de una vez claros y honestos, la Transición dejó importantísimos cabos sueltos, que trajeron una cadena de problemas de difícil arreglo. Realmente, lo que se infiere de todo lo leído y oído respecto a los nuevos Estatutos aprobados y los que vienen de camino, constituyen una regresión histórica hacia la confederación. Se trata de deshacer el camino, pues históricamente las confederaciones o se han disuelto o se han transformado en Federación de Estados. Por tanto, se trata de una estrategia de tránsito a la independencia, de gran utilidad para los nacionalistas, especialmente desde el punto de vista legal, de cara tanto a nuestro embrollado sistema judicial, como de cara a la UE, con lo que se evitan el riesgo de tener que negociar la entrada en la Unión, con el inconveniente de ponerse en la cola -por ahora de 27 países- de solicitud de privilegios y derechos.
En este estado de cosas, no sería descabellado esperar que las restantes CC AA, que hasta ahora no han manifestado aspiraciones independentistas, al sentirse afectadas por el mal del agravio comparativo –la envidia es uno de los pecados capitales de los españoles-, se declararán, cuando menos, cantones independientes.
El modelo de organización territorial que acoge nuestra Constitución de 1978, al estar intencionadamente no rematado y de redacción ambigua, según han reconocido en repetidas ocasiones los propios responsables de su diseño, no sólo nos ha traído el Estado más descentralizado del mundo, manifestado jactanciosamente como virtud, sino también un Estado débil frente a las interminables reclamaciones de los nacionalistas, que se sitúan tras el burladero de un diseño constitucional que no tiene techo.
Lo que en el plano teórico pretendía otorgar el máximo grado de descentralización dentro de un Estado Unitario, en el plano práctico resultó ser una extraña mezcolanza de Estado Compuesto o Estado Plurinacional, que por su intencionada ambigüedad no marca límites. Ante los hechos que estamos viviendo, no es posible vaticinar en qué puede terminar este edificio inconcluso, carente de un plano guía adecuado y suficientemente promulgado. La pregunta que nos asalta a muchos ciudadanos de España es: en qué terminará este embrollo, ¿en una federación, en una confederación o en un big-bang de nuevos estados independientes?
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